Ains, los late 90's. Parece que fuera ayer, pero lo cierto es que ya hace dos décadas que el cine teen ya no es lo que era. Sí, tenemos grandes producciones como Hannah Montana: The Movie, o High School Musical 3: Senior Year, sagas rompetaquillas como Crepúsculo e ídolos de masas como los Jonas o Selena Gomez. Pero lo cierto es que el cine hecho por adultos haciéndose pasar por adolescentes vivió una época dorada que no volverá jamás. Me propongo aquí y ahora homenajear a esas grandes obras cinematográficas (con las que inauguro además una nueva etiqueta, Grandes Clásicos Mateístas) que nos dieron a los que éramos adolescentes en aquellos tardíos noventa's un motivo para creer en un futuro mejor, y sobretodo, más delgado.

A finales de los 90 el cine para adolescentes simplemente no existía. Tuvo que venir Kevin Williamson y su Scream (1996) para resucitarlo. Y así comenzó todo. Con sus guapérrimos rostros televisivos de saldo (la Neve Campbell de Cinco en familia, la viejuna Courtney Cox de Friends), un ingenio y una autoparodia antes no vista y una mala leche digna del mejor Howard Hughes, el creador de Dawson Crece iniciaba una nueva corriente de cine teen que se extendería no sólo al cine de terror, sino también a la comedia gamberra, la comedia romántica e incluso al drama, sin contar con las correspondientes mezclas de géneros y subgéneros, y con el consecuente traslado a la pequeña pantalla.
Todo comenzó con una modesta película de terror dirigida por un Wes Craven en horas bajas. Una slasher movie de bajo presupuesto que contaba como un asesino en serie mataba a diestro y siniestro a los guapos habitantes de la apacible ciudad ficticia de Woodsboro. Nada que no se hubiera visto antes, si no fuera porque Scream no se tomaba en serio a sí misma, se reía de los clichés de las clásicas slaser-movies de toda la vida para que luego, sus cinéfilos protagonistas cayeran en esos mismos clichés antes de ser atravesados por el cuchillo del asesino, Ghostface. Un giro de tuerca final y dos secuelas (la muy superior Scream 2, que rizaba el rizo y se reía de las secuelas de las películas de miedo, y una tercera parte, Scream 3, que cerraba la trilogía de manera descafeinada y bastante decepcionante), bastaron para convertir a la película en un hito del cine de terror, y en la iniciadora del cine teen del que disfrutamos hasta principios del 2000. Después llegaría Sé lo que hicistéis el último verano, que repetía con Williamson de guionista y una trama de asesino en serie similar a Scream, pero con menos cachondeo y más carne. Pero sobretodo fue con esta película con la que se comienza a formar parte del star-system teen de esta época: Ryan Phillipe, el futuro matrimonio Freddie Prinze Jr. y Sarah Michelle Gellar y Jennifer Love-Hewitt. Cuatro semi-estrellas de buen ver que durante unos años brillarían en una docena de películas inolvidables para los nacidos en los ochenta's.

Pero junto con Scream, si hay otra película responsable de la futura oleada del cine teen, sin dudas hay que hablar de Fuera de onda (1995). Comedia romántica, peli chicle y clásico teen, Fuera de onda también iniciaba la moda de películas de adolescentes, en este caso adaptando muy muy libremente la Emma de Jane Austen. Protagonizada por Alicia Silverstone (co-protagonista del clásico camp Batman & Robin), la gran Britany Murphy (los grandes siempre se van demasiado pronto) y Paul Rudd, Fuera de onda era una en apariencia una superficial comedia para adolescentes, pero escondía una crítica bastante mordaz a la opulenta sociedad estadounidense. Película de culto, oda al consumismo y al exceso, el tiempo no pasa por ella, aunque sí lo hace, y de manera bastante cruel, por sus por aquél entonces modelitos.
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