Existen dos tipos de adaptaciones de espectáculos musicales (y por extensión, de cualquier obra de teatro) a la pantalla grande: los que se empeñan en hacer una reproducción meticulosa del espectáculo teatral en el celuloide y los que consiguen romper la cuarta pared y crear un universo distinto alejado del material original. Entre los primeros, el caso más relevante sería El Fantasma de la Ópera, una buena película que sería magnífica si no se hubiera limitado a ser un calco del espectáculo de Broadway; del otro lado tenemos la genial Hairspray o la sobrevaloradísima Chicago, dos ejemplos de musicales bien realizados y que se complementan a la perfección con sus homólogos teatrales. Mamma Mía!, sin embargo, peca de lo mismo que El Fantasma... y se nota.
Desde el primer momento, está claro que Phillipa Lloyd, la directora, es tan novata (y no lo digo en el mal sentido) en esto de hacer cine y se conoce tan bien la obra que dirigió en Nueva York y Londres, que su película no es más que una reproducción de ésta. Los chistes malos que tan bien funcionan sobre un escenario (quien haya visto Hoy no me puedo levantar sabe de qué hablo) no lo hacen en el cine; hay entradas de personajes que se nota perfectamente que corresponden a los momentos en los que la obra de teatro los personajes salen de las bambalinas; y sobretodo, las canciones chirrían mucho, muchísimo. Y eso es lo peor que te puede pasar en un musical.
Bien es cierto que es más fácil meter canciones con fluidez cuando estás contando una historia como El Fantasma... que habla del mundo del teatro y de cómo una joven aprende a cantar gracias a un desconocido 'maestro', o en High School Musical, donde los chicos hacen... un musical. Pero la gran mayoría de los musicales no tratan este tipo de temas, y las canciones, en mayor o menor medida, encajan. Aquí la mayoría empiezan sin ton ni son, casi se ve el calzador, y aunque en general las letras funcionan perfectamente bien, el momento casi nunca es el adecuado. Hay por ejemplo un número (Money, money, money, si no me equivoco) que cuenta supuestamente una fantasía de la protagonista y que es tan sonrojante que la única manera de aceptarlo es si partes de la base de que todos los involucrados lo hicieron premeditadamente ridículo...
Y no sólo las canciones, sino que tampoco los bailes... en la mayoría de las escenas, el elenco de bailarines, caracterizados como griegos catetos, se ponen a bailar cuando oyen a la Streep cantar y te das cuenta de que la cosa se les ha ido de madre, y nunca mejor dicho. Otros números con bailarines de verdad sin camiseta son algo más digeribles.Además el montajista hace cosas tan inteligentes como meter escenas a cámara lenta a cuando las canciones están en pleno auge. Bien por él.
Pero no todo es malo, y que conste que debo confesar que, a pesar de lo que acabo de soltar, la película me ha encantado. En primer lugar, porque las canciones de ABBA, incluso mal ejecutadas, te alegran la tarde. En segundo, porque los actores, como ya pasaba en Hairspray, tienen pinta de estar pasándoselo genial, de estar de vacaciones más que trabajando, y eso se nota. Amanda Seyfried, que es una ídola mía sólo por el hecho de salir en la mejor película de Lindsay Lohan, Chicas Malas, pasa la prueba de candidata a estrella, y si no al tiempo; Meryl Streep, la auténtica protagonista de todo el tinglado, hace su tercer mejor papel (después de El diablo viste de Prada y por supuestísimo, de La muerte os sienta tan bien); Pierce-que gordo me he puesto desde que no soy James Bond pero que bien me sienta el traje-Brosnan se desgañita para cantar un par de estrofas desafinando, pero te saca una sonrisa y eso se agradece; Dominic Cooper, la auténtica revelación de la cinta, se pasa la mitad del metraje sin camiseta, y eso es ya de por sí motivo más que suficiente para ir al cine, porque el tío es feo, pero vaya six-pack que se gasta. Y los demás... pues hacen su papel, encajan dentro de los estereotipos que les han sido asignados, bailan y cantan con mayor o menor gracia y poco más.
En la parte positiva de los números musicales, destacaría dos, que se corresponden con dos de las canciones menos conocidas del grupo sueco: Slipping Through My Fingers, convertida en una preciosa declaración de amor de madre a hija que te encoje el corazón, y The winner takes it all, en la que una Streep poseída por Rocío Jurado demuestra porqué es la intérprete más nominada de la historia de los Oscar. Eso sí, por este papel no le darán ni las gracias...
El final es previsiblemente feliz, felicísimo, pero se agradece después de dos horas, y además te obsequian, como si del espectáculo musical se tratara, con dos números musicales más en los créditos, Waterloo (que no había por donde meterla) y una repetición de Dancing Queen con todo el reparto ataviados con unos outfits tan insoportablemente gays que harían vomitar al mismísimo Jesús Vázquez. Y también hace un 'cameo' Fernando, ya que la buena de Meryl la tararea al principio de la cinta.
En definitiva, Mamma Mía! es una película entretenida (y desde ya, una Película Mateísta), que gustará a los amantes de ABBA, del musical o a los fans de los musicales, pero que difícilmente atraerá al resto del público. Pero ni falta que le hace.
¿Qué pasará con Wicked cuando de el salto a la gran pantalla? Seguiremos informando...