El lunes empezó con la visita de las chicas de Sexo en Nueva York a la capital inglesa para asistir a la premiere mundial de la película homónima. Yo, que más de una vez he afirmado que quiero ser Carrie Bradshaw, pude ver de lejos a las cuatro arpías neoyorkinas desfilando con sus carísimos modelazos por Leicester Square, justo en frente del mismo cine donde horas antes había visto Iron Man. Horas, cuestión de horas...
Carrie es uno de los más icónicos personajes televisivos que jamás han pisado la pequeña pantalla. Tras años de odiarla (a ella y a la serie) por dejar siempre de lado a Friends en las entregas de premios, me acabé enamorando a la vez de un personaje y una serie en la que, como no, me senía increíblemente identificado con las andanzas de los protagonistas, con esa manera entre envidiablemente superficial e insoportablemente neurótica de entender la vida. Sobra decir que el verlas en directo, aunque fuera en de lejos,fue una manera de cumplir un sueño, de cerrar un círculo, y de satisfacer un poco a la quinceañera fanática que llevo dentro. Y todo a la vez.
Pero la verdadera sorpresa vino el sábado por la noche. Después de una noche aburridamente straight me encaminé rumbo al Soho buscando algún antro (el que fuera!) done poder oír algo de las Girls Aloud. La noche nos llevó, a la una y pico de la madrugada, hasta el Astoria, donde Idina Menzel presentaba canciones de su último disco.

A la Menzel no la conoce ni pirri, pero es una de las actrices más famosas de Broadway, donde estrenó
Rent y la maravillosa
Wicked, ademá de haber participado en papeles secundarios en películas como la disenyana
Encantada.
Idina, un poco borracha o algo puesta, todavía no lo sé, subió al escenario entre los enfervorecidos chillidos de hordas maricas que la adoran. Envuelta en un Dolce & Gabbana y encaramada a unos Louboutin altísimos, derrochó voz cantando los tres mejores temas de diso: el
I Stand, corte que da título al disco, Gorgeus, temazo donde los haya, y el baladón Brave. Pero el momento
pelosdepunta de la noche vino cuando la Menzel comenzó con el
'Something has chandged within me...', frase con la que comenzaba una versión más lenta del
Defying gravity, el número estrella de Wicked. No me quedó más remedio que agarrarme al brazo de mi amigo que debió pensar que estaba loco o algo así. Cuando acabó supe que ya había algo más que podía tachar de mi lista.
El Defying gravity fue la primera canción que me gustó de un disco que me compré hace ahora un par de años. No sabía apenas nada de un musical que se acababa de estrenar en Londres y que en general era poco conocido en Europa, de esa historia que reinventaba una de mis películas de la infancia, El Mago de Oz, y que convrtía en antiheroína a una villana, la Bruja Mala del Oeste. Wicked, el musical y el libro, hacían de ella un personaje trágico y cercano, potagonista de una historia de desencuentros con el príncipe Fiyero, una especie de Big en la Ciudad Esmeralda.
Sobra decir que Wicked y Sexo en Nueva York son dos de mis cosas favoritas, dos de mis temas de conversación, dos de esas cosas que me hacen ser un poco más friki y que hacen que los demás me miren un poco raro. Casi como a una bruja verde...
A veces los sueños son así de tontos. Basta con oír una canción, o ver a una chica bajita encaramada en tacones muy altos para que se hagan realidad. Pero otras veces hace falta algo más. A veces hace falta olvidarlo todo y comenzar una de cero. Huir a una ciudad nueva. Dejar de ser quién eras para saber quién tienes que ser.
Sí, esta semana conocí a Carrie y a Elphaba. Y me dí cuenta de que todos esos sueños por cumplir pueden hacerse realidad.
Como alguien me dijo hace poco: 'Todos merecemos poder volar.'